Hicimos Nuestro Disco Maldito

viernes, 10 de octubre de 2008

Entre los avatares que puede sufrir un grupo de rock en su trayecto, el más desestabilizador es la pérdida de integrantes por causas trágicas. Eso que cantaban Juan Carlos Baglietto y su trova rosarina cuando decían “Se esfuerza la máquina de noche y de día / Y el cantante con los músicos se juegan la vida”, se ha convertido en el estigma de un género que simpatiza con los abismos y juega con los extremos.
Sin embargo, luego del accidente automovilístico que les costó la vida al baterista Pablo “Largo” Caruso y al escenógrafo Claudio durante el 2003, Cielo Razzo manipuló el drama, lo convirtió en energía y, con esta fórmula, tomó un impulso arrollador. Desde aquel incidente, el sexteto borró las fronteras que lo circunscribían a la zona oeste de su Rosario natal y esparció sus canciones a lo largo y a lo ancho del país. Caprichosamente definidos como “Los Piojitos del interior”, los rosarigasinos fueron sembrando las semillas de un rock rioplatense que germinó definitivamente en Buenos Aires y los consagró en el Estadio Obras, allá por mayo del 2006.
Después de tres discos en estudio (Buenas, Código de Barras y Marea) y uno en vivo (Audiografía) que documenta aquel concierto en la catedral del rock, Cielo Razzo vuelve a dar que hablar con su flamante álbum. Bajo el sugestivo título de Grietas, la banda regresa con canciones que se abrigan de sonidos oscuros y hablan de sensaciones más que de hechos puntuales. De porte humilde y discurso cansino, el cantante Pablo Pino nos resume catorce años de llantos y sonrisas.
Para lo que es la cultura del rock nacional, Rosario es una ciudad clave. ¿Ese orgullo prevaleció a la hora de mostrar su propuesta fuera de estas fronteras?
Nosotros nunca miramos a la totalidad del país. En su momento, mirábamos Rosario y nada más. Nos parecía imposible que nuestra expresión, nuestra música, saliera de los límites de Rosario. Por otro lado, el tipo que quiere a su ciudad, siempre tiene ese orgullo de pertenencia. Pero una realidad es que no pensamos nunca que nuestra música iba a trascender.
Entonces, la llegada a Buenos Aires para tocar, por ejemplo, en el Estadio Obras habrá sido un shock importante…
Sí, pero nosotros veníamos tocando bastante y veíamos que se podía dar esa situación. Mientras vas tocando, van ocurriendo cosas que parecen conducir a algo. En algún momento, se te cruza por la cabeza Obras… Buenos Aires se te cruza, lo percibís. No fue lo mismo para nosotros, que hacía 14 años que tocábamos, que para un chico que hace uno o dos años que está tocando y de golpe lo llaman y le dicen “venite a tocar a Obras”. Lo malo de todo esto es que, toda esa fantasía que tenes cuando comenzás, se desvanece a medida que vas avanzando y vas conociendo que las cosas no son tanto como vos la soñaste o como pensabas.
Siempre se dice que, más allá de sus canciones, un grupo la pega cuando aparece en el lugar y en el momento indicado. ¿Coincidís?
Sí, ¡tal cual! Creo que nosotros estuvimos en el lugar indicado y el tren que pasó lo supimos ver y tomar. La música es una especie de conjuro o de confluencia, en la cual se te dan un par de cosas y logras lo que querés. Haciendo mea culpa en el buen sentido, creo que fuimos una especie de víctima de lo que fue el renacimiento del rock nacional masivo, ya sea La Renga, Los Redondos, Bersuit o Los Piojos. De hecho, todavía algunos nos siguen llamando como “Los piojitos rosarinos”. Nosotros nos deslumbramos con ellos y tuvimos la suerte de tomar elementos de ese momento.
¿¡Y les gusta que los llamen Los Piojitos rosarinos!? ¿No temen prenderse una etiqueta que luego no puedan sacarse o se convierta en un estigma?
Sí, obviamente. En su momento, nos molestó mucho. Pero también sabíamos que, como toda banda, teníamos nuestra influencia a full y como locos. Se notaba mucho que nos gustaban Los Piojos o la Bersuit. Nos gustaba ese movimiento medio candombero, que por ahí no tenía mucho que ver con Rosario.
Sin embargo, este último disco tiene influencias mucho más oscuras…
Si, puede ser… Eso viene de todas las otras influencia que mamamos de los noventa. Nuestro nacimiento fue con el grunge, por ejemplo. También yo, como cantante, traté de sacarme esos yeites “Cirescos” y creo que ahora, en el cuarto disco, eso ya quedó atrás. Pero no es que no me gustan más Los Piojos ni la Bersuit… Me siguen gustando. Pero, ahora tenemos otra forma de encarar la música de la que tienen esas bandas. Y por mi edad, tengo 33, es una cuestión hasta razonable que me gusten Fito Páez, Charly García y el Flaco Spinetta.
¿Contiene algún mensaje especial que, en el momento de mayor popularidad, decidan ponerle Grietas a un álbum?
El título suena como a algo que se rompe, se está moviendo…Sí, prácticamente es eso. El nombre Grietas salió a raíz de ver lo que estaba pasando dentro de la banda. A partir de las dos primeras canciones que llegaron para este disco como “De Caer” y “Televicio”, vimos que nuestro estilo se venía para otro lado. En nuestro concepto musical, es como que había varios caminos: el funk, el reggae, el rock, el grunge, algo rioplatense y candombero. Y para este disco, de todos esos caminos elegimos dos, que eran mostrar algo más poderoso de las guitarras. No es tan dulce como los anteriores, es la cara más oscura de la banda… Quizá sea nuestro disco maldito.
Lo extraño es que no hayan hecho este “disco maldito” en el 2003, cuando sucedió la tragedia automovilística que tanto los signó…
Nosotros éramos un grupo de amigos muy unidos y no de esos grupos que sólo se juntan para ensayar y tocar. Cuando fue lo de la muerte de Claudio y de Largo, nos dimos cuenta de lo que teníamos, de lo que no queríamos perder y de lo frágiles que somos en este mundo. Cuando pasó lo de los chicos, a los dos meses estábamos tocando de vuelta y, de alguna manera, eso nos sanó. A la gente que nos rodeaba se les hizo mucho más difícil sobrellevar esa pérdida. Nosotros tuvimos la salvación de la música y el duelo lo hicimos en el escenario. Tratamos de ser un poco más fuerte y dejar eso un poco al costado. El año posterior a la tragedia, fueron días de tocar, festejar y llorar… Eran momentos de celebración y de duelo todo el tiempo. Eso, lo que hizo fue terminar de conocernos y de ver quienes éramos y que queríamos.

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